La historia de la prisión
Dra. Irma N. Rivera Nieves Al cumplirse los cuarenta años de la publicación en Francia de Vigilar y castigar (en lo suseciso SP) del filósofo Michel Foucault, queremos recoger algunas de sus importantes e influyentes tesis para el derecho. Nuestro ánimo es el de explorar zonas intermedias, mixtas, entre derecho y filosofía, como la que abrió esta obra, conectando saberes antiguamente tan separados. Particularmente nos detendremos en la historia que hace Foucault del los castigos aplicados por el derecho a través de la historia. La penalidad tiene por tanto su “historia” y según nos la presenta el filósofo, existen tres modelos del arte de castigar: los suplicios, la reforma ilustrada y la prisión Veámoslos.
La descripción de un suplicio, citado por Foucault, en SP: Damiens fue condenado, el 2 de marzo de 1757, a "pública retractación ante la puerta principal de la Iglesia de París", adonde debía ser "llevado y conducido en una carreta, desnudo, en camisa, con un hacha de cera encendida de dos libras de peso en la mano"; después, "en dicha carreta, a la plaza de Grève, y sobre un cadalso que allí habrá sido levantado [deberán serle] atenaceadas las tetillas, brazos, muslos y pantorrillas, y su mano derecha, asido en ésta el cuchillo con que cometió dicho parricidio, [citas omitidas] quemada con fuego de azufre, y sobre las partes atenaceadas se le verterá plomo derretido, aceite hirviendo, pez resina ardiente, cera y azufre fundidos juntamente, y a continuación, su cuerpo estirado y desmembrado por cuatro caballos y sus miembros y tronco consumidos en el fuego, reducidos a cenizas y sus cenizas arrojadas al viento". , [citas omitidas] "Finalmente, se le descuartizó, refiere la Gazette d'Amsterdam.3 Esta última operación fue muy larga, porque los caballos que se utilizaban no estaban acostumbrados a tirar; de suerte que en lugar de cuatro, hubo que poner seis, y no bastando aún esto, fue forzoso para desmembrar los muslos del desdichado, cortarle los nervios y romperle a hachazos las coyunturas. . . "Aseguran que aunque siempre fue un gran maldiciente, no dejó escapar blasfemia alguna; tan sólo los extremados dolores le hacían proferir horribles gritos y a menudo repetía: 'Dios mío, tened piedad de mí; Jesús, socorredme., [citas omitidas] Todos los espectadores quedaron edificados de la solicitud del párroco de Saint-Paul, que a pesar de su avanzada edad, no dejaba pasar momento alguno sin consolar al paciente." Y el exento ,[citas omitidas] Bouton: "Se encendió el azufre, pero el fuego era tan pobre que sólo la piel de la parte superior de la mano quedó no más que un poco dañada. A continuación, un ayudante, arremangado por encima de los codos, tomó unas tenazas de acero hechas para el caso, largas de un pie y medio aproximadamente, y le atenaceó primero la pantorrilla de la pierna derecha, después el muslo, de ahí pasó a las dos mollas del brazo derecho, y a continuación a las tetillas. A este oficial, aunque fuerte y robusto, le costó mucho trabajo arrancar los trozos de carne que tomaba con las tenazas dos y tres veces del mismo lado, retorciendo, y lo que sacaba en cada porción dejaba una llaga del tamaño de un escudo de seis libras.5 "Después de estos atenaceamientos, Damiens, que gritaba mucho aunque sin maldecir, levantaba la cabeza y se miraba. El mismo atenaceador tomó con una cuchara de hierro del caldero mezcla hirviendo, la cual vertió en abundancia sobre cada llaga. A continuación, ataron con soguillas las cuerdas destinadas al tiro de los caballos, y después se amarraron aquéllas a cada miembro a lo largo de los muslos, piernas y brazos. "El señor Le Bretón, escribano, se acercó repetidas veces al reo para preguntarle si no tenía algo que decir. Dijo que no; gritaba como representan a los condenados, que no hay cómo se diga, a cada tormento: '¡Perdón, Dios mío! Perdón, Señor.' A pesar de todos los sufrimientos dichos, levantaba de cuando en cuando la cabeza y se miraba valientemente. Las sogas, tan apretadas por los hombres que tiraban de los cabos, le hacían sufrir dolores indecibles. El señor Le Bretón se le volvió a acercar y le preguntó si no quería decir nada; dijo que no. Unos cuantos confesores se acercaron y le hablaron buen rato. Besaba de buena voluntad el crucifijo que le presentaban; tendía los labios y decía siempre: 'Perdón, Señor.' "Los caballos dieron una arremetida, tirando cada uno de un miembro en derechura, sujeto cada caballo por un oficial. Un cuarto de hora después, vuelta a empezar, y en fin, tras de varios intentos, hubo que hacer tirar a los caballos de esta suerte: los del brazo derecho a la cabeza, y los de los muslos volviéndose del lado de los brazos, con lo que se rompieron los brazos por las coyunturas. Estos tirones se repitieron varias veces sin resultado. El reo levantaba la cabeza y se contemplaba. Fue preciso poner otros dos caballos delante de los amarrados a los muslos, lo cual hacía seis caballos. Sin resultado. "En fin, el verdugo Samson marchó a decir al señor Le Bretón que no había medio ni esperanza de lograr nada, y le pidió que preguntara a los Señores si no querían que lo hiciera cortar en pedazos. El señor Le Bretón acudió de la ciudad y dio orden de hacer nuevos esfuerzos, lo que se cumplió; pero los caballos se impacientaron, y uno de los que tiraban de los muslos del supliciado cayó al suelo. Los confesores volvieron y le hablaron denuevo. Él les decía (yo lo oí): 'Bésenme, señores.' Y como el señor cura de Saint-Paul no se decidiera, el señor de Marsilly pasó por debajo de la soga del brazo izquierdo y fue a besarlo en la frente. Los verdugos se juntaron y Damiens les decía que no juraran, que desempeñaran su cometido, que él no los recriminaba; les pedía que rogaran a Dios por él, y recomendaba al párroco de Saint-Paul que rezara por él en la primera misa. "Después de dos o tres tentativas, el verdugo Samson y el que lo había atenaceado sacaron cada uno un cuchillo de la bolsa y cortaron los muslos por su unión con el tronco del cuerpo. Los cuatro caballos, tirando con todas sus fuerzas, se llevaron tras ellos los muslos, a saber: primero el del lado derecho, el otro después; luego se hizo lo mismo con los brazos y en el sitio de los hombros y axilas y en las cuatro partes. Fue preciso cortar las carnes hasta casi el hueso; los caballos, tirando con todas sus fuerzas, se llevaron el brazo derecho primero, y el otro después. "Una vez retiradas estas cuatro partes, los confesores bajaron para hablarle; pero su verdugo les dijo que había muerto, aunque la verdad era que yo veía al hombre agitarse, y la mandíbula inferior subir y bajar como si hablara. Uno de los oficiales dijo incluso poco después que cuando levantaron el tronco del cuerpo para arrojarlo a la hoguera, estaba aún vivo. Los cuatro miembros, desatados de las sogas de los caballos, fueron arrojados a una hoguera dispuesta en el recinto en línea recta del cadalso; luego el tronco y la totalidad fueron en seguida cubiertos de leños y de fajina, y prendido el fuego a la paja mezclada con esta madera. "...En cumplimiento de la sentencia, todo quedó reducido a cenizas. El último trozo hallado en las brasas no acabó de consumirse hasta las diez y media y más de la noche. Los pedazos de carne y el tronco tardaron unas cuatro horas en quemarse. Los oficiales, en cuyo número me contaba yo, así como mi hijo, con unos arqueros a modo de destacamento, permanecimos en la plaza hasta cerca de las once. "Se quiere hallar significado al hecho de que un perro se echó a la mañana siguiente sobre el sitio donde había estado la hoguera, y ahuyentado repetidas veces, volvía allí siempre. Pero no es difícil comprender que el animal encontraba aquel lugar más caliente."[1] La generalización de las disciplinas y de los espacios panópticos[2] derrama nueva luz sobre la historia de la penalidad. La pregunta es: cómo la prisión llegó a imponerse como forma privilegiada de castigar a pesar de que tantos obstáculos parecían oponérsele. Como ya nos tiene acostumbrados Foucault, a pesar de que el tiempo fuerte de la investigación es la Modernida,[3] vuelve, como siempre, a épocas previas. Consigue, demostrar la contingencia del ser y de nuestras prácticas, y la racionalidad plena de las del Otro cultural. El propósito: refutar la teleología.[4] En la historia de la penalidad se distinguen tres momentos: el orden despótico, la reforma ilustrada y la prisión. 1. El orden despótico tiene su forma de castigar: los suplicios. Las hipótesis tradicionales para la explicación de los suplicios son insuficientes, no por incorrectas sino por externas (SP 58). Según la hipótesis Rusche-Kircheimer los suplicios denotan un regimen de producción en el que el cuerpo no es útil. La hipótesis antropológica infiere esta forma de castigar del menosprecio del cuerpo propio del cristianismo y como ritual para aceptar la presencia pertinaz de la muerte. La hipótesis coyuntural los explica por la exigencia de un régimen duro contra los levantamientos. Foucault quiere comprender "la economía del suplicio en la antigua práctica penal" (SP 59), establecer su función precisa (SP 59), la "economía del poder" que manifiestan (SP 39), las reglas que los gobiernan. Su hipótesis puede resumirse en dos proposiciones generales: Primero, los suplicios son una "técnica penal" (SP 37); y, segundo, son coherentes con el poder monárquico. Es decir, poseen una racionalidad que puede ser especificada. En primer lugar, los suplicios son una técnica: Tres criterios la definen: a) son una producción cuantificable de sufrimiento, b) el castigo sigue unas reglas y c) es parte de un ritual. (SP 38) Constan de dos momentos: el establecimiento de la verdad y la ejecución de la pena. Pero, los procedimientos para establecer la verdad comienzan al mismo tiempo que los castigos y se unen en el cuerpo del supliciado. El establecimiento de la verdad, aunque secreto, está reglamentado por el principio de gradación contínua de la culpa según el cual el primer grado de la culpa es la sospecha. La ejecución de la pena se realiza en el cuerpo del supliciado, cuerpo que posee el carácter dual de lugar del establecimiento de la verdad y lugar del castigo. En segundo lugar, el suplicio es un ritual político en que se manifiesta el poder monárquico. La función precisa del suplicio es revelar la verdad y realizar el poder. (SP 59) Si la ley es "la fuerza físico-política del soberano" (SP 52), las reglas son, para éste, vínculos personales; por lo tanto, la violación de ella por parte del súbdito es un enfrentamiento contra el soberano que exige venganza. Los suplicios son una penalidad en que se persigue demostrar la disimetría del rey y sus súbditos: de ahí la atrocidad, la visibilidad, el carácter ambiguo de lucha-victoria. Si los suplicios se agotaron no fue por el desarrollo de un repentino humanitarismo, sino por su peligrosa ambigüedad: espectáculo para la convalidación del poder del soberano y heroificación del condenado o fiesta popular. "Proseguían en otro sentido la violencia de los rituales punitivos." (SP 65) La guillotina indica el momento de la mutación: persigue la eficacia y la reducción del dolor. 2. La reforma ilustrada (siglo XVIII) Para la segunda mitad del siglo XVIII la situación ha cambiado: una nueva situación económica, una nueva delincuencia y un nuevo discurso.[5] En primer lugar, se ha modificado el juego de las presiones económicas con las nuevas formas de acumulación del capital, de las relaciones de producción y del estatuto jurídico de la propiedad. (VC 91) En segundo lugar, ha cambiado la economía de los ilegalismos: Las clases populares tienden a un ilegalismo de los bienes –robo, estafa– y la burguesía al ilegalismo de los derechos (evasiones fiscales, actividades comerciales irregulares); también la organización interna de la delincuencia ha cambiado: liquidación de las grandes bandas y la formación ahora de grupos pequeños y de una delincuencia hábil, astuta, profesional; aumentan los delitos contra la propiedad en los lugares donde se acumula la riqueza: puertos, almacenes, talleres, con la complicidad contínua entre elementos del interior y el exterior.[6] Asistimos al paso de "una sociedad de la exacción jurídico-política a una sociedad de la apropiación de los medios y de los productos del trabajo." (VC 91) La Reforma ilustrada[7] –Beccaria,[8] Servan, Dupaty, Lacretelle, Duport, Target, Bergasse, Pastoret– pide una penalidad contínua, homogénea, permanente y regular para combatir las irregularidades del poder monárquico (sobrepoder del soberano / infrapoder de los ilegalismos). La "humanidad de las penas" es el nombre de esta nueva economía del poder de castigar. La reforma descansa en la teoría del contrato que exige la reconstitución del sujeto de derecho.(SP 106) Si la sociedad se constituye por la aceptación de las leyes y el delincuente es el que ha roto el lazo social, la sociedad ha de defenderse, no ya vengarse. De donde, una nueva teoría jurídica de la penalidad que disocia el poder de juzgar del príncipe en favor de la fuerza pública. Hay que castigar con más universalidad y necesidad y generalizar el poder de castigar a todo el cuerpo social. (SP 103) El castigo preventivo La reforma se apoya en una teoría de la representación que aspira a castigar para prevenir: la justicia del castigo es función de su utilidad. (SP 96) La Ideología con su teoría de los intereses y las representaciones propone una semiotécnica[9] de los castigos que someta el cuerpo por el control de las ideas. (SP 101) El castigo debe ser ejemplo, signo-obstáculo que actúe tanto sobre los delincuentes actuales como sobre los posibles. Esta semiotécnica sigue las siguientes reglas:
La "benignidad de las penas" es el nombre de una economía política de la penalidad como prevención y de un poder que se oculta tras el argumento de la naturaleza: hay que inscribir el castigo en una mecánica natural como manera de asegurar su eficacia. (SP 108) Para lograr este objetivo, que el castigo sea “benigno”, éstos han de cumplir las siguientes condiciones:
3. El nacimiento de la prisión[10] Pero se impuso la prisión como forma general de la penalidad, no la semiotécnica ilustrada. La pregunta obligada es cómo llegó a imponerse y generalizarse la prisión en la penalidad, si además de enfrentar el obstáculo de su asociación con el poder despótico no atiende a las propuestas ilustradas. Hay, pues, que determinar en qué consiste la prisión y porqué se impuso. Para Foucault el paso de un arte de castigar a otro es una "mutación técnica" (SP 261). La prisión consiste en una "ortopedia concertada para enderezar" (SP 133), es la institucionalización del poder de castigar. (SP 133) Para corregir a los individuos la prisión tiene tres esquemas:
Para el cumplimiento de su función correctiva, la prisión cuenta con las técnicas disciplinarias. Este "suplemento disciplinario en relación con lo jurídico es, en suma lo que se llama "lo penitenciario" (SP 251). En el juicio judicial hay tres niveles, a saber:
El correlato de la justicia penal es el infractor; el del aparato penitenciario es el delincuente. (SP 258) El "delincuente" es un individuo caracterizado por una vida. "Lo biográfico" es lo que verdaderamente importa más que el acto o la infracción, o éste en función de aquélla. Porque "la causalidad psicológica hace existir al criminal antes del crimen." (SP 255-6) La relación delincuente-delito permite elaborar una tipología del criminal como naturaleza desviada, es decir da paso a la Criminología. Que el injerto de la prisión sobre el sistema penal no haya ocasionado reacción violenta de rechazo se debe sin duda a muchas razones. Una de ellas es la de que al fabricar la delincuencia ha procurado a la justicia criminal un campo de objetos unitario, autentificado por unas "ciencias" y que le ha permitido así funcionar sobre un horizonte de 'verdad' (SP 259) La prisión es "un campo de objetividad donde el castigo podrá funcionar en pleno día como terapéutica, e inscribirse la sentencia entre los discursos del saber." (SP 260) La prisión pudo salvar tantos obstáculos e imponerse porque la forma prisión pre-existe en las disciplinas. Las disciplinas en su movimiento de diseminación "colonizan la prisión". (SP 259) Desde un principio se le adjudica a la prisión, junto a la privación de la libertad, la corrección de los individuos. Es decir, desde un principio ha tenido en las disciplinas su recurso fundamental. El isomorfismo de la prisión con las técnicas disciplinarias que se ejercen fuera de ella la han vuelto evidente. Esta tecnología punitiva tiene como punto de aplicación el cuerpo, el tiempo, los gestos, las actividades cotidianas, los hábitos; persigue la manipulación reflexiva del individuo; tiene sus instrumentos: ejercicios, movimientos, control del tiempo, religión, buenas costumbres para la constitución de un sujeto obediente mediante el sometimiento a las reglas; la relación del castigado con quien lo castiga es secreta; y la instancia de castigo es autónoma del poder judicial. Conslusión. Esta historia de la penalidad que nos presenta Foucault, reconoce tres modelos del arte de castigar: los suplicios, la reforma ilustrada y la prisión que pueden sintetizarse de la siguiente manera: En el derecho monárquico el castigo es un ceremonial de soberanía, el objeto es el cuerpo del enemigo vencido, el poder es venganza, el espectáculo debe inspirar el terror que demuestre la disimetría entre el súbdito y el soberano. Para los reformadores el castigo es un procedimiento de recalificación de los individuos como sujetos de derecho, se dirige a la representación y al alma, utiliza signos con función preventiva y pretende la generalización del poder de castigar a todo el cuerpo social. La penalidad moderna tiene como figura la prisión, esto es, una instancia especializada en la administración del castigo, que opera mediante una técnica de coerción de los individuos que se ejerce sobre el cuerpo: las disciplinas. [1] SP, 6-8. [2] Panóptico: modelo de prisión creado por el filósofo inglés Jeremy Benthan, según el cual sería posible construir un edificio en el que todos los reclusos fueran observados por un guardián que se situaría en el centro de la estructura circular. Véase ilustración tomada de http://www.crimenycriminologo.com/2011/12/el-panoptico-de-jeremy-bentham.html visitada por última vez en 20 de abril de 2015. (N.E.) [3] De la Revolución francesa hacia nuestro tiempo. (N.E.) [4] La idea de que existe una finalidad, un propósito en la razón. (N.E.) [5] Foucault parte de la idea de que la verdad depende de la palabra, el pensamiento es y ocurre dentro del orden de nuestro lenguaje, no independientemente del mismo. La “verdad” o los hechos, por ejemplo, que se deciden el tribunal, dependen de modos de construcción histórica, no existiría una “verdad objetiva”. (N.E.) [6]cf. tb. "Incorporación del hospital en la tecnología moderna" y "La crisis de la medicina y la crisis de la antimedicina" [7] Facsímil de la edición príncipe lde Los delitos y pensa tomada de http://es.wikipedia.org/wiki/Cesare_Beccaria#/media/File:Dei_deleti_e_delle_pene_1764.jpg [8] El más influyente de todos los ilustrados en el campo del derecho fue Beccaria, quien parte de la teoría contractualista: la sociedad se funda sobre un contrato cuyo fin es salvaguardar los derechos de los individuos, de manera que los delitos como violaciones de este contrato. Sus ideas principals fueron: abolición de la pena de muerte, principio de proporcionalidad de las penas, el carácter preventive de las penas, los delitos como las penas deben ajustarse al principio de legalidad, y el valor educativo de la condena, la abolición del tormento y la limitación del arbitrio judicial. (NE) [9] Técnica de castigar los ilegalismo mediante procedimientos que pudieran ser vistos por el pueblo. Con la propuesta de los juristas ilustrados hacia el siglo XVIII, esta crudeza del suplicio que debía ser observado por el pueblo, se transforma en modelos, ejemplos, que deben ser diseminados en la población, la penalidad debe tener como resultado la reforma o la reinserción del delicuente en la socidad, no su eliminación. Son pensa “benoignas” y “humanitarias”. (NE) [10] Foto Oso Blanco tomada de: http://www.80grados.net/del-derecho-penal-y-la-sinrazon-carcelaria/ |